martes, 21 de julio de 2009

Jugar con fuego

Urge en mi consciencia dedicarle al menos unas líneas eneste espacio a un tema que me marea, del que no puedo escapar y que me hunde enuna tristeza bastante honda. Se trata deel medio ambiente.
No seré yo el que haga una apología ciega y sin sentido del amor, la paz y elhachís con un parque público lleno de jóvenes melenudos tocando canciones deDoors o Janis Joplin y banderas de Greenpeace como telón de fondo. Pero creoque recaería en la más pura de las imoralidades si no hiciese mención aldesastre más grande (sin ninguna duda) que puede llevar a cabo el ser humano.
Generalmente, cada ser vivo tiene su propio ecosistema, y se relaciona con él ycon la cadena alimenticia en la que tiene a otros seres como alimento y todo esoque ya sabemos. Lo normal es que haya un equilibrio entre todas las partes dela cadena, como si que lo hay, de manera que las especies se perpetúen en eltiempo y se llegue a una armonía entre todas las partes.El sistema funciona se perpetúa, salvo fuerzas mayores, a lo largo del tiempo.

Pero en el oído de la naturaleza surgió no hace mucho una abejilla desagradable y zumbadora que no cesa de dar pequeños picotazos; el hombre. La abejilla al parecer no acepta el orden normal, y propone nerviosa y estupidamente otro.

El orden de la abejilla consiste en mando yo, yo destruyo, yo tengo y yo soy. Lo demás ni es, ni tiene ni puede crear o destruir. Pues ese es el modelo que está utilizando el hombre, ya no solo el hombre occidental, en los últimos dos siglos. ¿Pero hasta donde puede y debe llegar eso?. El progreso es solo un medio, lo que pasa es que lo estamos convirtiendo, absurdamente, en un fin; no posee valor como fin en sí mismo, el valor que tiene viene dado por lo que nos pueda aportar. Aunque es preciso matizar que cuando nos trae algo positivo, no debe traer al resto del mundo algo negativo. Sin embargo, se obvia bastante este último punto. Lo que en definitiva lleva al actual estado de las cosas en la naturaleza (que a pesar del esfuerzo de muchos para separarse de la idea) es responsabilidad nuestra y de nadie más.

No deseo aburrir a nadie con un discurso demasiado extenso y en el que diría mucho para transmitir nada. Simplemente indicaré un ejemplo práctico.

Todo sabemos que es Borneo y donde está, gracias a los reportajes de Jacques Cousteau, por los ecologistas y por las barbariedades que los indonesios y los no indonesios cometen allí a diario.

Para conscienciarnos un poco de la penosa situación actual de la isla, hagamos un balance. Borneo tiene una extensión superior en kilómetros cuadrados a Francia, contando más de tres cuartas partes de la isla con diversos tipos de bosque: selva de tierras bajas, selva de montaña, bosque pantanoso de turbera, prado alpino, bosque pantanoso de agua dulce, maglar y bosque de brezos. Con tal variedad selvática, la biodiversidad es la más rica en todo el mundo. Posee 44 especies de mamíferos, 74 de aves, 91 de reptiles, 114 de anfibios, 160 de peces y 155 de dipterocarpáceas (árboles tropicales de madero dura), todas ellas endémicas de Borneo (es decir, que hay más especies).

Su riqueza natural es incomparable, pero eso no evita que de todas formas el hombre ponga allí su pie destructivamente. Tradicionalmente, allí viven unos habotantes dedicados a la caza y a la recolección que no causan un daño grave al ecosistema. Pero la explotación maderera para la realización de muebles de lujo, ya que las maderas duras de Borneo son un buen sustituto de la caoba, lleva destruyendo la isla desde mediados de los años sesenta.A la destrucción de árboles centenarios se suma la destruccion de la biodiversidad, que no se puede adaptar a nuevas condiciones muy distintas y se acaba extinguiendo.A ello se suma que tras la devastación de la selva se plantan palmas aceiteras; el aceite de palma es de mayor difusión de Asia, e Indonesia produce el 86% de la producción mundial, estando las antiguas selvas de Borneo como uno de los lugares de cultivo más importantes. En la actualidad, la superficie de palmas aceiteras en Borneo alcanza los 66.000 kilómetros cuadrador, el tamaño de Suiza. La destrucción ha resultado imparable, y las patéticas medidas internacionales y estales, que poco consiguieron, solo han gozado de valor nominal. El método para despojar a la tierra de la jungla suele ser la quema muy a menudo, lo que ha situado a Indonesia como el tercer emisor de dióxido de carbono tras EEUU y China. A pesar de ello, los activistas que llevan tranajando por el asunto Borneo en los últimos treinta años han logrado que descienda sensiblemente la tala al año. Además, se ha creado el Parque Nacional de Gunung Palung dentro de la isla, que ha resultado efectivo contra la destrucción biológica.

Pero el caso Borneo aún no está cerrado, se necesita muchísimo tiempo para lograr expulsar a las madereras de la isla o al menos conseguir una conscienciación mundial sobre el tema. El problema es que el propio gobierno indonesio y el ejército del país se han estado lucrando cuantiosamente de la tala indiscriminada de árboles y el nocivo cultivo de palma aceitera; de hecho, el señor Suharto (ex-ministro) fue detenido y condenado a prisión por el caso Borneo. Los problemas burocráticos son aún mayores, pues la isla está dividida entre Indonesia (que tiene la mayoría de la isla), Malasya y Brunei, lo que da una excusa a los corruptos gobiernso para desentenderse de los problemas y dar carta blanca a las madereras.

De todo esto podemos extraer varias impresiones. La primera es que de seguir así no creo que la cosa vaya a mejor (y aahora me refiero al mundo entero, no solo a los pobres orangutanes de Borneo); la segunda es porque en las épocas de democracia es precisamente el momento álgido de todo esto (quizás la democracia más bien sea una voluntad humana bestial e incontrolable de destrucción); la tercera es bajo que eslóganes nos venden esto. Y lo digo porque hay ecologistas de eso que lo venden todo y se van a Borneo y al Amazonas a hacer algo más digno de lo que la mayoría de nosotros va a hacer en toda su vida, pero también los hay que actúan para los gobiernos. Y lo digo porque, por ejemplo, los famosos biocombustibles están esencialmente compuestos del aceite de la palma aceitera que destruye rápidamente Borneo, y que muchos ecologistas y gobiernos proecología nos venden como la panacea.

Cuando se escribe algo así, se suele apelar al sentimiento humano de supervivencia, explicando lo malo que será para el hombre el cambio climático, lo nocivo del efecto invernadero,...,para activar los mecanismos de autoprotección que todos poseemos. Tampoco pienso hacer eso; yo creo que todo hombre debe poder entender esto, es decir, que aquello no debe hacerse porque no está bien, porque no es lo que llamamos moral. Y si el hombre en particular o en su conjunto ya ha perdido totalmente la idea de la moralidad, en tal grado que no entendiese todo esto, bueno sería que verdaderamente el cambio climático o lo que fuera lo hiciera desparecer muy pronto.

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