martes, 21 de julio de 2009

El primer arqueólogo de la historia

Dentro de la historia, la arqueología juega como bien sabemos un papel esencial en la reconstrucción de poblamientos, hábitos de vida,... Así que, para inaugurar esta sección, hablaré del primer arqueólogo conocido en la historia del mundo.
Durante la Dinastía XIX egipcia (entre los años 1307 al 1197 a.C.), en pleno Imperio Nuevo, hubo significativos cambios en en plano de las relaciones exteriores, de la concepción del poder, de la formas de trabajo,... El nuevo estado militarista creado por los príncipes guerreros tebanos de la Dinastía XVIII (con Ahmosis y Kamose como heraldos de la unificaión tras la invasión hicsa que dió lugar a la desaparición del Imperio Medio y la división de Egipto entre la zona ocupada por los invasores y la resistencia tebana en el sur) se ocupó de que ninguna de las civilizaciones vecinas del próximo oriente los molestase más, llevando a cabo una ambiciosa política de conquista. Llegan a derrotar al poderosísimo imperio Hitita, a subyugar en calidad de vasallos al reino de Mitanni y a destruir, en la colosal batalla de Meggido, al príncipe de la coalición oriental que se enfrentó contra ellos, capitaneados los egipcios por el entonces todopoderoso Tuthmosis III.
Bajo los reinados de Amenhothep III y Amenhothep IV (este último es el archinombrado Ajenatón) se inicia una política de tratados y diplomacia muy revolucionaria; Egipto amplía sus relaciones comerciales, por entonces ya considerables, con los pueblos del mar Egeo y con los de Anatolia.
Pero solo con la ascensión al poder del general Horemsab Horembreb (tras un golpe de estado) y con la posterior entronización de uno de sus viejos camaradas de armas, Ramsés I, cuando comenzará una revolución artística, administrativa, comercial, social y política de tal importancia que nunca se llegó a repetir en el Egipto faraónico.
Los nuevos soberanos adquirirán un signo mucho más humano que sus antecesores de la Dinastía XVIII; se separan de la panafernalia que los acercaba a los dioses. Su origen castrense los hacía ser en cierto modo mucho más humildes, más cercanos al pueblo y por extensión mejores conocedores de las necesidades de los súbditos. Los cargos de Visir, Superintedente de la Cosecha o Señor de la Gran Casa se les encomendarán a sabios y expertos, eliminando a burócratas escasamente formados propios de tiempos anteriores (hay que precisar que ello no quiere decir que los anteriores funcionarios no estuvieran capacitados, sino que llegaba a ocurrir que un funcionario preparado para una tarea tenía que ejercer de forma casi obligatoria, aún en puestos para los que no estaban cualificados).
Todo esto viene apoyado por una serie de victorias en el campo diplomático espectaculares, así como una serie de misiones comerciales enviadas al Punt, el Egeo, Anatolia y el sur de África que llenarán de riqueza las opulentas arcas reales. Incluso se aventura la posiblidad de una serie de travesías al subcontinente indio, como atestiguan ciertos papiros o las singularidades que adquiere el arte egipcio en aquella época (recordemos los rostros de las cuatro estatuas de Ramsés II sedente en Abú Simbel). Estas a su vez invertirán los beneficios en la mejora de los medios de irrigación y en la mejora de las condiciones de vida del campesinado; con razón se ha dicho que la base de la Dinastía XIX fue el pueblo, que estaba muy satisfecho con los gobernantes.
Por último, todo el esplendor en el plano material llegó al plano de los saberes. Los nuveos príncipes ya no solo se educaban el arte de la guerra, el gobierno y la teología; de una forma asombrosa brota un interés y una admiración increíbles sobre los inicios de la civilización egipcia. Sobre esas remotas dinastías que coparon con sus edificios la planicie de Gizeph o que construyeron en Saqara una escalera hacia el cielo. No hay que olvidar que más de mil trescientos años separan la Dinastía XIX de lo que llamamos Imperio Antiguo, el equivalente de la época altoimperial romana para nosotros los europeos.
En este contexto, los hijos de Ramsés II (que gobierna entre 1290 hasta 1224 y tuvo, según cuenta la tradición, un centenar de hijos), o al menos sus favoritos, recibieron una educación multidisciplinar. Uno de ellos, segundo hijo de su esposa principal (Isetnofret), era Khamwaset, nacido en torno al año 1270 a.C., y muerto en año incierto al menos diez años interior a la muerte de su padre. En teoría debía haberse convertido en príncipe heredero, por la prematura muerte de su hermano, pero las tempranas inquietudes sobre la historia frustraron las intenciones de Ramsés de convertirlo en su heredero. Pero Ramsés no se dió por vencido; llevó a su hijo a la batalla más importante de aquel tiempo, la batalla de Kadesh. El joven príncipe estuvo presente sin interesarse lo más mínimo por la contienda. Finalmente, Ramsés II no tuvo más remedio que dejarle hacer su voluntad, la de dedicarse al estudio de la historia.
El primero de los intereses de Khamwaset fue sin lugar a dudas el de redescubrir las construcciones (pirámides, templos,...) dejadas por los ancestros a ambas orillas del Nilo, lo que constituía un trabajo inabarcable pero que saciaban su sed de conocimiento.
Primeramente se trasladó a la ciudad que los griegos llamaron Hieracómpolis, pues era uno de los primeros núcleos conocidos de población urbana egipcia. Durante su estancia, restaura los templos de la ciudad. El concepto de restaurar, por muy normal que nos pueda parecer, en la antiguedad no era usual. Era algo extrañisimo recibir a un sacerdote hijo del faraón supervisando a cuadrillas de campesinos para poner a tal o cual bloque en un sitio u otro, o preguntar a los ancianos del lugar que aspecto tenía un monumento antes de su destrucción parcial. Sin embargo, los residentes vieron la iniciativa positivamente, suerte de la que a menudo Khamwaset no gozó, puesto que en otras ciudades sus labores reconstructivas fueron vistas como ofensas o violación del orden natural de las cosas.
Su padre le nombra, hacia el año 25 de reinado, sumo sacerdote Ptah. Para conocer su nuevo cargo de cerca, viaja a Menfis, donde le sorprende el estado ruinoso del templo. Khamwaset dirige de nuevo la reconstrucción del edificio, dejando una estela como constancia del trabajo realizado allí, aunque esta (al igual que toda la ciudad antigua de Menfis y el gran templo de Ptah) hoy no conervamos nada, solo referencias muy vagas de la baja época.
En su función de sumo sacerdote de Ptah restaura y reestructura el Serapeum de Saqara, llevando a cabo él mismo los planos de las partes nuevas a edificar en el recinto y redactando un informe, que no conservamos, en el que da cuenta de las técnicas y materiales que se debían usar para no dañar el aspecto genuino de las tumbas de los bueyes Aphis. Estas obras se llevan a cabo durante las fiestas Sed (ceremonias que los faraones llevaban a cabo cada cinco años de su reinado muy relacionadas con loc ciclos de muerte y resurrección osiríacos) de su padre, y es el faraón el que oficiará la reapertura del Serapeum.
El siguiente proyecto fue una historia de Egipto; sobre ella, las fuentes son confusas y no conservamos el texto. Lo que si sabemos es que fue de indudable valor a la hora de redactar la historia de Egipto que casi un milenio después redactaría el sacerdote ptolemaico Manetón.
Pero uno de los proyectos más ambiciosos aún estaba por venir; las visitas a Gizeph del príncipe se intensificaron. Sin duda, andaba detrás de algo. La figura de la Esfinge le llamaba la atención singularmente. La Esfinge llevaba siendo indentificada con Ra-Horajthi (el Sol al atardecer o incluso Horus en el Horizonte) largo tiempo. Tuthmosis IV ya había tenido experiencias místicas doscientos años atrás, motivo por el cual mandó desenterrar de la arena del desierto la figura leonina (enterrada frecuentemente hasta el cuello en la antigüedad) y a colocar una estela commemorativa entre sus patas. Khamwaset se había encontrado de nuevo la figura cubierta por las recientes torementas en casi dos tercios de su altura y decide intervenir al respecto. Tras contar con casi doscientos trabajadores, comienza a excavar de forma homogénea todo el animal en derredor. Una vez dejado al descubierto, retaura la barba ceremonial (a pesar de que hoy día solo conservamos fragmentos de la barba ceremonial de la Esfinge, presentes en el Museo de El Cairo, la Esfinge contaba con una barba ceremonial igual a la que tenían los faraones en las representaciones escultóricas y pictóricas), manda arreglar el ureus de la frente y pule el deteriorado tocado menes. La estela de Tuthmosis IV es devuelta a su lugar de origen, ya que se encontraba tirada en el suelo.
Su última obra será una restauración y fijación de materiales sueltos en la pirámide y el templo funerario de Unas (Dinastía V).
Hipotéticamente, tenía en mente la restauración del complejo de Saqara y de las construcciones de Snefru. Sin embargo, muere, en fecha aún por determinar, a la edad de 30- 36 años. Una vida prolífica sin lugar a dudas.
Es enterrado en su amado Serapeum, en una gran tumba junto a la puerta. Pero la utilización de dinamita por el arqueólogo decimonónico Auguste Mariette (tres mil quinientos años posterior y tres mil quienientas veces menos considerado con el patrimonio) destruyó la tumba de Khamwaset, de hecho fue la única parte afectada por la explosión. Se pudieron recuperar objetos del ajuar así como una máscara mortuaria extrañísima y sobre la que hay y hubo amplio debate, similar a la máscara de Agamenón pero de un mayor realismo y factura.
Sin embargo, a pesar de que la relación padre-hijo nunca fue buena, a Khamwaset se le recordará como "el que descubre lo viejo", y su fama se extenderá hasta la Baja Época, llegando a convertirse en un dios menor en el nomo XIV y, como aseguran algunos, en un santón musulmán actual (un tal Wamsat, aunque los datos actuales son insuficientes). Además, todos los Ramsés posteriores acabarán llamando así a alguno de sus hijos (el más famoso un hijo de Ramsés III, el príncipe heredero, sacerdote de Ptah en Menfis). De la época ptolemaica se conserva una colección de cuentos fantásticos que hablan sobre las aventuras del primer arqueólogo y restaurador de la historia de la humanidad.

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